domingo, 16 de enero de 2011

RAUL CIPRIANO SOLDI: EL PINTOR DE LA BELLEZA Y LA POESIA

"Quiero que mi pintura tenga un efecto sedante para el alma; que transmita paz, tranquilidad y, sobre todo, poesía", solía decir Raúl Cipriano Soldi, el maestro neorromántico. En las antípodas de Berni, que se hizo eco de las tribulaciones y los padecimientos del hombre. Soldi entendió la pintura como un imán para la búsqueda de la belleza y el goce, encarnadas por la bondad, la alegría, la dulzura y la figura femenina, en perpetuo homenaje a su mujer, Estela Gaitán, que lo respaldó para que se dedicara de lleno al arte.

Raúl Soldi nace el 27 de marzo de 1905 en Buenos Aires – Argentina, en el seno de una familia de inmigrantes italianos signada por la música. Su padre Ángel, nacido en Cremona, era cantante y cellista. Casado con una compatriota nacida en la Liguria y llamada Celestina Guglielmino, Ángel se instaló en Buenos Aires en 1896.

Cuando Raúl ya contaba con quince años, le gustaba copiar las ilustraciones de las revistas, que llegaban a su casa. Entre sus favoritos se encontraban Benito Quinquela Martín y Cesáreo Bernaldo de Quirós. A los 18 años Soldi concluyó su colegio y en busca de alivio a sus problemas bronquiales, viajó a Europa. Fue en Venecia, ante los maravillosos murales de su basílica y los tesoros de sus museos, que decidió su vocación por la pintura. El regreso a Buenos Aires, ya bien encaminados sus problemas de salud, lo orientan a las aulas de la Academia de Bellas Artes, aunque es poco el tiempo que en ellas pasa.

En 1924 sus padres resuelven viajar a Italia. Ese mismo año ingresó en la Academia de Brera, en Milán, una de las más respetadas del mundo. Sus amigos, por aquellos años, eran Adriano di Spilimbergo, Lucio Fontana, el gran escultor nacido en Rosario de Santa Fe; Giacomo Manzú, Renato Birolli y Aligo Sassú. Con ellos forma el grupo “I chiaristi” (“Los claristas”), que en abierta rebelión ante el clasicismo del “novecento” querían abandonar la forma en procura del color, evitando los tonos oscuros que eran la moda.

Tras cuatro rigurosos años de estudio, egresó de ese instituto y comenzó a ser reconocido por su participación en certámenes y muestras colectivas, recibiendo elogios y galardones, como el que logró en la Exposición de Trieste de 1930, cuando su “Retrato de pintor armenio”, obtiene el Primer Premio.

Tiempo después, Soldi recibe en su estudio una comunicación oficial en la que se le señala que debe cumplir con el servicio militar. De nada le valdrá que exhiba sus documentos que acreditan su nacionalidad argentina, ya que ante las necesidades de tropas en un país en guerra, el gobierno recluta a todos los hijos de italianos. Ante la situación que se le plantea, Raúl resuelve retornar a la Argentina.

Viaja hasta un lugar de la frontera por donde el cruce a Suiza resultaba más fácil. En ese punto, Soldi saca sus trastos de pintor y comienza a pintar un paisaje colocándose justo al lado del puente fronterizo. Los soldados allí de guardia, intrigados, le preguntan qué está haciendo, a lo que el pintor, con toda naturalidad les responde: "Un dipinto della Svizzera dall Italia, con lo que la curiosidad de los guardias quedó satisfecha. Al poco rato, Soldi cruzó “inocentemente” el puente, y cuando los soldados lo detienen, les manifiesta: “Adesso dipingeró un paesaggio dall’Italia visto dalla Svizzera...” y tranquilamente abandona el país que lo reclamaba para sus fuerzas armadas. Al volver a la Argentina comenzó a ilustrar libros y publicaciones y a enviar sus obras a los salones de nuestro país, en los que fue premiado en varias oportunidades y rechazado en otras. Sus mejores amigos eran Onofrio Pacenza, Horacio March, Juan Batlle Planas. También Enrique Policastro, Juan Carlos Castagnino y Domingo Candia.

En 1945 se casó con Ana Estela Gaitán con quien tuvo 2 hijos: Diego y Daniel. Ese mismo año presenta una exposición individual en la galería Peuser, con buena repercusión. Soldi comienza a recibir los primeros frutos tangibles de su labor: numerosos premios en los Salones Nacionales y provinciales, incluido el Gran Premio de Honor en el Salón Nacional de 1949, con su obra “Mujer peinando a su hija” y el Premio Palanza en 1952.

Por aquel entonces, un matrimonio invita a la familia Soldi a un asado en la quinta que acababan de adquirir en el poblado de Glew. Soldi advierte, como una revelación, que ha descubierto “su paisaje”. Pinta durante algunos meses el viejo pueblo, y termina alquilando un ranchito en esa localidad bonaerense.

En su permanente deambular por el pueblo, le llamó la atención el interior de la iglesia Santa Ana que lucía las mismas paredes blancas de cuando fuera inaugurada. En el verano de 1953 puso “manos a la obra”. Le llevó 23 veranos realizar los doce murales (10 frescos y 2 óleos sobre tela adherida a la pared), concluyendo su magnífica obra en 1976.

El amor de Raúl por ese pueblo lo llevó a crear la Fundación Santa Ana de Glew (hoy Fundación Soldi), donándole 60 de sus mejores obras por un valor incalculable.

Sin duda, son las pinturas que Raúl Soldi realizó en 1966 para la cúpula del Teatro Colón de Buenos Aires, de 320 metros cuadrados, las que con mayor poder han contribuido a la popularidad de que goza el artista. Realizó también pinturas murales para la galería Santa Fe en Buenos Aires (1953) y para una capilla de la Basílica de la Anunciación (1968), en Nazareth dedicada a la Virgen de Luján, patrona de nuestro país.

Designado Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires, recibió en 1992 un gran homenaje en las Salas Nacionales de Cultura (Palais de Glace). El 28 de agosto se inauguró la mayor exposición de un pintor contemporáneo en la historia de la Argentina con 243 obras, y el record de más de 400.000 visitantes.

El 21 de abril de 1994 falleció en Buenos Aires, a los 89 años de edad.

Pero fue el propio artista, que durante mucho tiempo se ganó la vida como escenógrafo cinematográfico (tiene 88 films en su haber), quien explicó su filosofía de vida para crear sus obras que hoy son consideradas como maestras: "El hombre tiene escondido en su corazón un infinito deseo de soñar. Es imperecedera en él su alma de niño y su necesidad de alimentar ese sueño. Por eso, la pintura debe tener un contenido poético para permanecer en el tiempo. Si sólo resuelve el problema puramente plástico, no trasciende".


 
 
 





















































































































2 comentarios:

  1. Una muestra magnífica la que aquí compartes. Efectivamente, la vista de esta obra inspira una especie de "bienestar" y deja apreciar "la caricia" del pincel en las telas.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  2. QUERIDO PROFE ,PERFECTAS MANOS DEL PINTOR ,E ILUMINADOS , MUY BUENO TODO LO QUE PRESENTA .BENDITO SEA POR COMPARTIR ,COSAS TAN BELLAS FELICITACIONES. CON MUCHO CARIÑO
    AMANDA
    19/1/11 HS 18:50 P.M

    ResponderEliminar

COLECCIONES EXPUESTAS